HOMENAJE AL HINCHA (por Julio Sánchez)

El mural del estadio de River Plate es un trabajo hecho por los mismo hinchas. Dos artistas, Diego de Luca y Soledad Olivera, prestaron sus brazos hábiles para pintar en una narración magistral las aspiraciones de los fanáticos. La obra es un excepcional ejemplo de comunicación entre los artistas y el público, inédito la historia mundial del mural.

La primera aspiración artística del hombre estuvo ligada a la pintura mural en los dibujos en las cavernas; la técnica mural tomó un impulso notable en el Renacimiento italiano y los muralistas mexicanos (Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, fundamentalmente) le dieron un cariz contemporáneo y público. Hoy, son pocos los estadios de fútbol que pueden estar orgullosos de apoyar una expresión artística popular en la que participa el mismo destinatario del mural.

El mural está repartido en cuatro capítulos; en el primero se presentan a 16 hinchas, 15 varones y sólo una chica; en el segundo, el número de fanáticos crece a 102, y crece la fiesta, llueven papelitos, se inflan las banderas y cantan los Borrachos del Tablón; el tercero conmemora la gloriosa Caravana del Centenario del 2001; y el cuarto muestra a los hinchas en el barrio de La Boca, donde nacieron, donde hoy buscan la victoria.

En el primer mural se ven claras las intenciones de los artistas; plantearon retratos imaginarios de raíces expresionista y algo de historieta. No les interesa idealizar ni adular al hincha, sino presentarlo con una mirada franca y amistosa. Cada uno se muestra como el rey de la jornada, porque se sabe que sin ellos, el fútbol no sería nada. En cada partido todos se olvidan de la rutina y los desánimos de la vida para compartir en la tribuna el mismo regocijo, la misma alegría. Diego y Soledad comenzaron a pintar sus murales con sus propios bocetos, pero pronto fueron los mismos homenajeados quienes aportaron ideas aprobadas por los artistas. Quizá lo más valioso y excepcional de este trabajo sea la permeabilidad entre los artistas y los hinchas, una verdadera creación colectiva ejecutada por dos artistas.

El segundo mural es un tributo inocultable a los Borrachos del Tablón, pues está pintado justo debajo de la popular asignada a ellos, y como si hiciera falta corroborarlo sobrevuelan tatuajes de damajuanas y números 14 (“el borracho” en la quiniela). No hay ídolos, ni jugadores, ni luminarias del deporte, se muestra con orgullo a los hinchas; pero no sólo a los que van a la cancha, también a los que ya no pueden hacerlo, tal como demuestra una frase recogida de los cantitos populares: “para los pibes que desde el cielo te alientan conmigo”. La pasión no está reñida con el amor a los amigos que ya no están. Los murales también son el registro de una época, basta revisar los rostros de los muchachos: el piercing en la nariz o el mentón, la cabellera rastafari, y sobre todo, los tatuajes. Diego y Soledad extrajeron de su imaginación, cientos de personajes, pero casi todos los tatuajes fueron tomados de la realidad. Es fascinante encontrar símbolos arcaicos, como una cruz celta o un dragón chino; como así también guiños locales, como los cuatros puntos rodeando a un quinto, y la “bicha” (serpiente) atravesada por un puñal, como franca antipatía a la autoridad.

El tercer mural recuerda el 25 de mayo de 2001, cuando River Plate cumplió cien años y cerca de 50.000 hinchas partieron del Obelisco, se detuvieron en la esquina de Figueroa Alcorta y Tagle (cerca del predio donde estuvo el segundo estadio) y llegaron al Monumental. Más que una caravana fue una procesión de Devotos Millonarios, de Gallinas Sagradas. No falta el tatuaje del Leoncito, la pulserita de canutillos rojos y blancos y , en el caso de los más fervientes, el “rosario millonario”. La alegría se contagió a la ciudad y por eso el paisaje urbano se filtra en el mural: el Planetario, el Estadio visto desde el aire y hasta un amanecer en la costanera del río de la Plata,

El cuarto mural tomó la forma que la hinchada quiso; ellos quisieron verse en la Boca, en el barrio que los vio nacer hace más de cien años. ¿Qué sería un hincha de River sin uno de Boca?; algo así como el Ying sin el Yang, como la luz sin la oscuridad. Ir a La Boca es para un millonario como una expedición de conquista. En el mástil de la Vuelta de Rocha se juntan las legiones; las naves de los guerreros son los colectivos 152 y el 29; al compás de la marcha, sus gargantas se preparan para los gritos de aliento. Detrás de los rostros ansiosos se asoma el paisaje de la contienda: casas de chapa multicolor y los carteles de la calle que indican la dirección de la epopeya, Bransen 600.

Los artistas son casi autodidactas, y quizá eso los haya hecho más receptivos a la colaboración de los hinchas, que aportaron sus ideas, sus comentarios y su apoyo. El mural está firmado por Diego y Soledad, pero hay una tercera firma que suma un número incontable, la de los hinchas. A diferencia de otros tantos murales en la ciudad, éste es un ejemplo de creación colectiva, Diego y Soledad fueron los interpretes de una pasión.

Julio Sánchez (*)

(*) Lic. en Historia del Arte, crítico de arte, docente, curador. Premio Arlequín al Crítico de Arte del bienio 2002-2004, Curador del Pop Hotel Boquitas Pintadas y Tono Rojo Wine & Art, dictó clases en la Universidad de Buenos Aires y la New York University, actualmente en la Universidad del Cine y la Universidad de Tres de Febrero. Escribió para la revista La Maga y actualmente para Arte al Día, Wipe, Cultura y el diario La Nación; es jurado de premios nacionales y privados y dicta seminarios de especialización en Buenos Aires y el interior del país.